Alba Sánchez González de Erasmus en Pilsen

Alba es alumna de Fotografía y ha pasado un semestre en la Universidad de West Bohemia en la República Checa, al regresar nos habla de su experiencia.

En el momento en el que me plantee hacer un Erasmus tenía mil y una dudas. Tenía la vaga idea de que irme a vivir al extranjero iba a ser todo un esfuerzo y que en algunos momentos podría pasarlo mal lejos de mi familia, amigos y todo lo conocido. La verdad es que me equivocaba. Tal y como está organizado el plan Erasmus+, se te da casi todo hecho y masticado. Cada uno de los pasos que tienes que dar se te explican detalladamente con anterioridad y una vez allí te encontrarás con otros muchos alumnos Erasmus en tu misma situación.

En mi caso, al llegar fui recibida por mi buddy, el alumno que se me asignó para ayudarme con los primeros pasos. Él fue mi primer contacto. Me hizo de guía por la ciudad, me enseñó el campus, me dio instrucciones para llegar a mi dormitorio, me ayudó a recargar la tarjeta de transporte y me acompañó y guió con todo el papeleo inicial de la universidad. Aunque sí que es verdad que conozco a alumnos que no tuvieron la misma suerte. Aun así, con la ayuda de unos y otros, todos nos conseguimos hacer nuestro hueco rápidamente.

En Pilsen hay toda una red de profesionales que están allí únicamente para resolver tus dudas. Además, hay también una organización de estudiantes voluntarios de la ESN que organiza eventos para que los alumnos que llegan desde fuera tengan la oportunidad de conocerse entre sí. Al llegar se me ofreció una cesta de bienvenida con cuadernos, bolígrafos, pegatinas y una bolsita de tela. Desde la propia universidad también se me ofrecieron dormitorios en los que únicamente pagaba 100 euros al mes (aproximadamente) por una habitación compartida con otra compañera y un pequeñísimo hall con nevera y baño. No era un lujo, pero allí tenía todo lo necesario. Las cocinas eran compartidas y había dos por planta, por lo que, si estaba ocupada, me pasaba a la siguiente y, arreglado.

En cuanto al idioma, mentiría si dijera que no he tenido que hacer mis esfuerzos. Pero nada que no se pueda conseguir. De hecho, en menos de dos semanas, ya me había habituado a preguntar por la calle. También es verdad que muchos adultos allí no hablaban inglés, pero si necesitaba comprar algo y no sabía cómo, era tan sencillo como poner lo básico en el traductor. Aunque en realidad casi siempre estaba rodeada de alumnos Erasmus que se ofrecían para echarme una mano.

Y ¿por qué elegí Pilsen? Decidí irme a una ciudad no muy extensa de la República Checa porque el ritmo de vida es otro. Quería vivir en una zona donde no hubiera turismo y donde pudiera conocer a la gente de allí desde cerca. Aunque sí, reconozco que también lo hice por el dinero. La República Checa es un país muy barato, y sus ciudades pequeñas mucho más. Además, en Pilsen tenía todo lo que podría haber tenido en Praga: su casco antiguo, sus cafeterías, sus espacios para artistas, sus discotecas, sus parques naturales… Por otro lado, la República Checa es una zona ideal para un alumno viajero. Está en el centro de Europa y tienes la oportunidad de conocer muchos países diferentes en un abrir y cerrar de ojos.

El campus de la universidad de West Bohemia me gustó desde el minuto 1. Las facultades tienen diferentes diseños y el aspecto es bastante vanguardista. Mi facultad en concreto me encantó. Se llama Ladislav Sutnar Faculty of Design and Art, y se encuentra envuelta en telas con estampas de diseño que se van reponiendo cada tres meses. Por dentro es amplia y luminosa, y los espacios de trabajo de diferentes especialidades son compartidos. La zona baja central está destinada al dibujo y está plagada de caballetes y modelos posando. Es estupendo poder ver cómo trabajan otros compañeros.

Quizá una cosa negativa que destacaría de mi facultad fue la dinámica de algunas clases. En la clase obligatoria de proyectos fotográficos, no me sentí nada cómoda cuando me enteré de que los Erasmus y los alumnos de allí estábamos divididos. Ellos tenían su propia clase teórica donde les daban referentes, discutían entre ellos sobre proyectos de arte e incluso hacían excursiones al extranjero para visitar exposiciones de fotografía. En ninguno de los casos nos incluyeron y únicamente íbamos a clase unos minutos para mostrar a los profesores encargados nuestros avances en proyectos personales. No aprendí nada en esta asignatura, que además era obligatoria y suponía el 80 por ciento de los créditos. Aunque sí que es verdad que había muchas otras asignaturas muy interesantes, pero no estaban disponibles en inglés. Pero conocí a compañeras Erasmus con muchas ganas de aprender que se apuntaron a pesar de las dificultades.

Creo que la experiencia en cualquier caso merece la pena. Muchos alumnos no se atreven a probar por miedo a no encajar, al idioma, al dinero… Pero en mi opinión, creo que todo eso son solo suposiciones de algo que no se conoce. Yo animo a todo el que haya leído estas líneas a apuntarse. Es una experiencia que solo se puede vivir una vez, que te ayudará a abrir la mente y a ampliar conocimientos y habilidades en todos los sentidos. En cuanto al dinero, hay múltiples becas y ayudas que puedes solicitar si te informas bien.  No tengas miedo porque no hay motivo. Tampoco nadie allí va a medir tu nivel de inglés. Es más, estás allí para mejorar y aprender de tus errores. Y siempre estarás acompañado de muchos otros estudiantes que te ayudarán en el camino. Estar en un país extranjero y empezar de cero siempre es estimulante.