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Premio Marta Mata 2008

Señor Ministro, autoridades, centros premiados, amigos, muy buenos días.

Me dirijo a ustedes en nombre los centros de enseñanza galardonados en esta edición del Premio Marta Mata. No tiene nada de extraño que para todos nosotros sea hoy un día de satisfacción porque este acto es una muestra de reconocimiento al esfuerzo de los docentes que están detrás de estas instituciones. Con la concesión de estos premios se hace visible una tarea tan apasionante como difícil que ha terminado por ser algo más que nuestra actividad profesional, casi un modo de vida.

Es quizá menos habitual que sea un centro de enseñanzas artísticas, particularmente una escuela de arte, quien haga de portavoz en una ocasión como esta. Nuestra discreta presencia tal vez anime a pensar que en las artes no se dan las circunstancias que singularizan el hecho educativo. Suele afirmar la sabiduría convencional que la fuerza de la motivación es suficiente para que los alumnos con vocación artística alcancen sus objetivos, que basta con un ambiente propicio y una relativa tolerancia con los comportamientos extravagantes.

Quisiera expresar mi convicción de que a los aquí presentes, docentes de muy distintas áreas, nos unen más cosas que las que nos separan. A todos nos mueve un deseo constante e intenso de contribuir con nuestra dedicación a una sociedad mejor, a favorecer una efectiva igualdad de oportunidades y a avanzar en la construcción de esa necesaria sociedad del conocimiento. Las distintas enseñanzas tienen tanto en común que se hace necesario compartir experiencias y aprender los unos de los otros.

No es fácil saber si hacemos bien nuestro trabajo. Es posible que muchos alumnos terminen adquiriendo una buena formación a pesar de nosotros, los profesores y los sistemas educativos de que formamos parte. La correlación de los hechos no supone que entre ellos existe una relación de causalidad. Son tantas la cosas que se aprenden sin se enseñen, que no resulta fácil determinar lo acertado de los métodos que ponemos en práctica. En su novela “Tiempos difíciles”, Charles Dickens pone en boca de Thomas Gradgring, un personaje firme partidario del saber positivo, su asombro por el fracaso de una alumna: “el proceso que siguió, lo siguió según el sistema” decía, como si la rigidez en la aplicación del procedimiento fuera mano de santo para los estudiantes difíciles.

Los sistemas no garantizan nada si no cuentan con buenos profesores y alumnos motivados.

En este año que ahora termina, se cumple el noventa aniversario de la apertura de la Bauhaus en Weimar, la celebre escuela de arte y diseño que Walter Gropius dirigiera en sus primeros años de existencia.

En los tiempos convulsos que siguieron al final de la Gran Guerra y que llevaron a la revolución alemana de 1919, varios arquitectos diseñadores y artistas con vocación docente pusieron en pie un proyecto tan ambicioso como inestable que durante catorce años desarrollaría una experiencia pedagógica de singular relevancia. En su manifiesto fundacional Walter Gropius expresaba con una intensidad, no exenta de ingenuidad, un propósito decidido de cambiar el mundo, de alumbrar una nueva era. Cuarenta y cinco años después, en Nueva York, tras una carrera llena de reconocimientos, Gopius recordaba que “la gente joven nos impulsaba dentro y fuera del país, no a diseñar lámparas de mesa correctas, sino a participar en una comunidad que quería crear un nuevo hombre en un nuevo mundo”.

Si hoy seguimos valorando la significación de tal experiencia es porque, al margen de sus métodos no siempre acertados, estuvo animada por un deseo profundo de transformar la sociedad. Tal vez una pretensión desmesurada, una tarea imposible, pero su legado permaneció en el ánimo de muchos docentes en forma de un impulso, más que en un método claro y estructurado. Hannes Meyer, que sucedería a Gropius en la dirección de la escuela, declaraba, con una vehemencia aún mayor que la de su antecesor, que “el objetivo final de todo el trabajo de la Bauhaus debía ser la aglutinación de todas las fuerzas creadoras de vida orientadas a la configuración armónica de nuestra sociedad”. Puede discutirse si la Bauhaus contó con buenos profesores, hay opiniones para todos los gustos, pero lo que sí contó fue con alumnos muy motivados que hicieron de la escuela un innovador marco para la creación y la experimentación.

Las innovaciones pedagógicas han surgido siempre en momentos de crisis y transformación social. El advenimiento de la sociedad industrial trajo consigo cambios que impulsaron a muchos a ver la educación como un elemento fundamental de esa revolución. Sin duda, vivían en la creencia de que la educación no había de limitarse a responder a las demandas sociales, sino que debía impulsarlas en el sentido más positivo para contribuir a esa utopía.

Desde los tiempos de Henry Cole y los reformadores victorianos, la escuela se sintió obligada a formar a la gente para un futuro que apenas se intuía. De lo único que estaban convencidos era de que los viejos métodos y las convenciones académicas del pasado ya no servían para los nuevos tiempos.

Hoy nos encontramos en un momento de similar trascendencia. La revolución tecnológica iniciada hace veinticinco años ha afectado a la educación en todos sus niveles y formas como pocas cosas lo han hecho. Al mismo tiempo, los cambios sociales han sido de una importancia difícil de eludir. La sociedad aparece más fragmentada y las fuentes de información crecen y evolucionan a un ritmo que no pueden igualar los sistemas educativos más abiertos.

Toda la vida humana se ha visto afectada. Pero mientras otras actividades han sufrido esta influencia al extremo de convertirse en algo distinto, las aulas siguen siendo muy similares a como lo eran antaño. Que los alumnos envíen mensajes a través del “messenger” a otros compañeros en el mismo aula quiza sea el síntoma más evidente de estos nuevos tiempos aunque no el más importante.

Las novedades parecen poner en duda el papel de la escuela en la cultura digital. Un futuro aún más incierto para una escuela de arte y diseño donde los artefactos, los objetos materiales que fueron siempre el fundamento de su formación, son sustituidos por algo “virtual” que carece de ubicación y forma.

El diseño no se materializó nunca en otra cosa que no fuera la producción de objetos y la comunicación de mensajes, un proceso que ponía en contacto al diseñador con la sociedad con un vínculo directo. La presencia del otro era la génesis de algo tangible, legible, que existía físicamente. Pero cada vez más lo inmaterial adquiere una mayor presencia; todo aquello que puede trasladarse electrónicamente ha mutado a una dimensión virtual y sobre todo, el conocimiento, lo ha hecho a una llamativa velocidad.

No cabe duda de que esta globalización virtual ha ampliado los instrumentos educativos y ha reducido el carácter elitista de los estirados círculos académicos dedicados a la difusión del conocimiento.

La desmaterialización sobrevenida con la revolución digital sirve de excusa para dejar sin explicar ciertas dificultades de la educación. Para los más agoreros este revuelo tecnológico dejará sin sentido el espacio físico de la escuela que será sustituido por el espacio virtual de la red donde será posible interactuar con los mayores especialistas en cada materia. Finalmente la educación a distancia habría encontrado la horma de su zapato en una dimensión por nadie prevista.

Pero la escuela como tal sigue siendo el principal instrumento para la educación. Las experiencias de los centros hoy galardonados ponen en duda los presagios pesimistas con su labor educativa. La escuela tiene sentido porque los docentes consiguen hacer de ella un verdadero pilar de la sociedad tecnológica. Y principalmente porque no se limitan a la práctica del pensamiento lineal, como quieren hacer creer los análisis más simplistas.

Desde muchos antes de que Vanevar Bush y otros teóricos de la interacción digital, esbozaran los principios de la comunicación multimedia, los docentes practicaban la comunicación multimedia. Hacían uso de todo lo que estaba a su alcance: daban explicaciones verbales, leían textos, provocaban debates, dibujaban gráficos en la pizarra; en las escuelas de arte, trabajaban con los alumnos en los talleres. Los profesores se asemejaban más a un malabarista antes que a un distante erudito y eran capaces de entender sobre la marcha las posibilidades y las limitaciones de la comunicación con sus alumnos.

Vinton Cerf, creador del TCP IP y uno de los padres de Internet, afirmaba que la comunicación de la red no ha podido sustituir a otras formas tradicionales de interacción, especialmente cuando tienen que ver con el aprendizaje y el trabajo cooperativo. Y señalaba que era por tal razón que los impulsores de la revolución digital se asentaron en Sillicon Valley, porque cuando estaban físicamente juntos era más fácil cooperar y avanzar, era simplemente más productivo. Y todos quisieron ir allí porque intuían que, juntos, no sólo aprenderían más, sino que podrían contribuir más fácilmente a esa revolución que si se alejaban de su epicentro.

Del mismo modo nadie duda hoy de que Erasmus y otros programas similares han tenido éxito porque han hecho realidad esta interacción global de la forma más sencilla que cabe imaginar: llevando a los alumnos a las aulas de otros países para aprender otra lengua y conocer de forma directa como piensan, trabajan y se divierten otros estudiantes como ellos.

Nada puede sustituir a la escuela. Nada puede reemplazar la experiencia de participar en un esfuerzo común de una forma tan intensa como lo hacen profesores y alumnos en un proceso de socialización que sigue siendo natural. Será difícil encontrar un sustituto a este extraordinario hallazgo, sobre todo, porque no es fácil encontrar sustitutos para los profesores, la principal materia prima de este invento.

La cultura digital no es otra cosa que el mundo convertido en un enorme aula donde los individuos alternan el papel de profesor y alumno de manera constante en un entramado de relaciones virtuales. Cuando estos individuos quieran avanzar algo más en ese intercambio de ideas y experiencias, cuando quieran discutir con mayor profundidad sobre sus experiencias, se juntarán en un sitio y abrirán una escuela.

Muchas gracias

Eugenio Vega, 10 de diciembre de 2009

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Primer Premio Marta Mata 2008

Premio Marta Mata 2008

La Escuela de Arte 10 ha recibido el Primer Premio Marta Mata en la categoría de centros de régimen especial que todos los años otorga el Ministerio de Educación.

Extracto de la Orden ESD 3784.2008, de 11 de diciembre, por la que se resuelve la convocatoria del Premio Marta Mata a la calidad de los centros educativos para el año 2008:

“De conformidad con lo dispuesto en las bases novena a duodécima dela Orden del Ministerio de Educación, Política Social y Deporte de 27 de mayo de 2008, por la que se convoca el Premio Marta Mata a la calidad de los centros educativos para el año 2008, y de acuerdo con la propuesta formulada por el Jurado establecido en dicha disposición, he resuelto:

Primero. Conceder premios por un importe total de 97.000 euros con cargo a la aplicación presupuestaria 18.11.324N.480, a los siguientes centros:

[...]

En la modalidad C) correspondiente a los centros docentes de titularidad
pública específicos de Formación Profesional inicial, de Educación de Personas Adultas, de Educación Especial, Escuelas Oficiales de Idiomas
y a los centros que impartan Enseñanzas Artísticas o Enseñanzas Deportivas conceder los siguientes premios:

Un primer premio, dotado de 15.000 euros, a la Escuela de Arte 10, de Madrid.”

Adobe PDF Orden ESD 3784.2008, de 11 de diciembre, por la que se resuelve la convocatoria del Premio Marta Mata a la calidad de los centros educativos para el año 2008